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Ensayo para Letras Libres
Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial y no pudo evitar sentir una punzada en la boca del estómago al pensar en los titulares de los periódicos cuando aquella noticia se hiciera pública: “el hombre más rico de México se ganó el avión presidencial”. Se incorporó con un movimiento torpe y tomó su teléfono – Laura, escúchame, ahora si metieron la pata, despide al equipo de medios ahora mismo – y sin dar más explicación, terminó la llamada. – Cómo permití que me hicieran comprar un boleto para tomar una foto con el Presidente, seguramente mucha gente se ha percatado de lo que ha sucedido y es cuestión de tiempo para que comiencen a señalarme como un tramposo – pensó, mientras tomaba un café a toda velocidad.
Debía enfrentar el escarnio cuanto antes y utilizar todos sus recursos para mitigar los daños a su reputación y a su fortuna, así que Miguel tomó un gran respiro, se duchó y afeitó con desidia y se vistió con un traje que le pareció semejante al que utilizan los pilotos, aunque más bien parecía un marinero de antaño. Tomó su teléfono y comenzó a hacer llamadas disparando instrucciones muy precisas; debía controlar la situación cuanto antes y para eso activó su fábrica de bots, publicando secretos de famosos y políticos que había recopilado en el último año más otras tantas historias inventadas por su equipo creativo. Apenas una hora más tarde las redes sociales se habían convertido en un repugnante hervidero de morbo y destrucción; sin embargo, aquello no impidió que varios periodistas notaran que el número de boleto ganador era el mismo que Miguel sostenía en la fotografía que un día antes se había tomado abrazando al responsable de subastar un avión de 150 millones de dólares.
Para cuando el reloj marcó las 11 de la mañana, el mundo se había enterado de lo sucedido y las pancartas comenzaron a rondar el Paseo de la Reforma acusando de corruptos y traidores a todos los involucrados y exigiendo a Miguel donar el premio que había ganado al pueblo de México, incluso lanzaron una consulta popular para decidir lo que harían con el avión presidencial; la opción más votada era estacionarlo en el Bosque de Chapultepec para convertirlo en un bar temático, también era popular la opción de convertirlo en un spa para perros y unos cuantos lo reclamaron para hacer un museo en honor al Cruz Azul.
Como siempre el mal humor duró un par de días, después todos lo olvidaron.
Cuando logró superar la catástrofe, Miguel se sintió intrigado y se dirigió al hangar en donde abordaría por primera vez su modesto avión de 500 pesos; pudo ver desde lejos el majestuoso fuselaje de aquella ave de acero. Se detuvo al pie de la escalera y observó ávido su nuevo juguete, con pasos firmes abordó y recorrió los pasillos hasta que por fin encontró la oficina principal; de su bolsillo sacó un puro cubano de los que fuman los líderes políticos, botó sus zapatos y se sentó en la silla presidencial, entonces encendió su habano y subió los pies en el escritorio sintiendo como si una vibra de poder recorriera su cuerpo; se sintió invencible. Observó a su alrededor e imaginó por un instante todos los cambios que haría en esa oficina, comenzando por retirar el horrible talismán de hilo rojo que colgaba frente a el rompiendo la conservadora decoración de la oficina, aquella artesanía parecía un atrapa sueños, pero muy mal hecho. Interrumpió su visión para tirar el talismán al bote de basura, ese sería el primer cambio que haría… y el último.
Regresó a su oficina y por la tarde no hizo más que recibir malas noticias, las acciones de su empresa habían bajado, su mano derecha renunció, perdió la demanda con el sindicato y por si fuera poco, perdió la llave del avión y no le habían entregado el duplicado.
La mala suerte persiguió a Miguel por algunas semanas, desde vidrios rotos, hasta reuniones canceladas y litros de leche cortada. Comenzó a sospechar lo peor cuando recibió la carta de la Tesorería que exigía el pago del impuesto por la tenencia de su nuevo avión por la módica cantidad de 6 millones de dólares.
Investigar lo que sucedía se convirtió en su prioridad, así que comenzó a sostener reuniones con cada uno de los miembros de la tripulación, un par de historias coincidieron y llamaron su atención. Fue en un viaje a la Selva Lacandona, cuando un viejo aparentemente deschavetado logró abordar el avión profiriendo maldiciones; según el, habían sido visitados por el Chaneque de la región, que se suponía era uno particularmente malvado. Y nadie, créame, nadie, quiere tener cerca a esa criatura. Nadie abandonó el avión y despegaron con destino a la Capital, a donde llegaron de milagro, porque en el trayecto perdieron el sistema eléctrico, un neumático y hasta una turbina. Pese a todas las señales siguieron escépticos, pero cosas malas continuaban ocurriendo, así que buscaron al mejor Chamán y guardaron el avión en un hangar bajo llave. Los medios comenzaron a cuestionar por qué nadie utilizaba un avión tan costoso y el Gobierno argumentó que se debía a sus altísimos costos de operación; el argumento carecía de sentido, pero en realidad a nadie le interesaba mucho el tema.
Cuando el Chamán llegó observó las pequeñas huellas y confirmó que el Chaneque había tomado posesión de la nave, por lo que pidió a la tripulación abandonar el lugar hasta concluir las negociaciones con la criatura. Trece noches duró aquello. Cada una de esas noches el Chamán pidió que le llevaran dos cosas, una botella de mezcal casero de una finca cercana a Santa María del Tule y un carrete de hilo rojo. Para la catorceava noche, que coincidía con la luan llena, hubo silencio, así que enviaron al velador del hangar a investigar; cuando abordó la nave no pudo encontrar nada, ni a nadie, solamente una nota en la oficina principal y un amuleto rojo colgado. La nota decía: “una botella por noche, siempre del mismo, sin falta”.
No volvió la mala suerte, ni ocurrieron desgracias, pero dieron el avión por perdido para evitar volver a toparse con aquella criatura del inframundo.
Así que cuando Miguel retiró el amuleto, liberó al mismísimo Diablo, que además, llevaba muchas noches sin recibir su mezcalito y se sentía particularmente violento. A partir de ese día la vida del millonario se convirtió en un infierno, perdió casi toda su fortuna, a su familia y su buena salud. Consiguió a un Chamán que reconstruyó el amuleto conforme a sus especificaciones exactas y consiguió muchas botellas del mezcal indicado, pero no fue suficiente, la mala fortuna continúo maltratándolo. Ni siquiera podía tomar una cucharada de sopa sin derramarla, era como si lo empujaran en cada intento.
Abatido por el cansancio y la desolación, Miguel viajó al corazón de la Selva Lacandona, en donde fue atacado por animales e insectos salvajes; aprendió a sobrevivir consumiendo los recursos que le ofrecía la tierra y tiempo más tarde conoció a Tonalli, un joven que clamaba saber del espíritu de la selva y de sus habitantes. Tonalli pasó los siguientes días fabricando un collar con piedras que parecían de río y cuando terminó se lo obsequió a Miguel, quien sin dudar lo colocó en su cuello.
Esa noche durmió plácidamente bajó la luz de una hermosa luna llena, se sintió en paz.
Al día siguiente lo despertó el sonido de su teléfono, cosa extraña porque había dejado de usarlo meses atrás. Abrió lentamente los ojos y se encontró en su enorme habitación y utilizando una pijama hecha de la seda más fina, no entendía nada; se cuestionó si todo lo que había vivido había sido un sueño demasiado real. Así que se incorporó y respondió la llamada, en la línea una voz decía: buenos días señor, recuerde que lo llevaremos a comprar el boleto para la rifa del avión y tomarán su fotografía con el Presidente. El millonario colgó el teléfono, se arregló como cualquier otro día, salió de casa y por la tarde se dirigió a comprar el boleto de la lotería…