Hace una década me propuse escribir, y me apena admitir que desde entonces he publicado muy pocos textos.
¿Será que los humanos estamos condenados a procrastinar aquello que más amamos? Tal vez a la matrix no le gusta que nos salgamos del guion.
Hoy quiero contarte lo que el silencio me enseñó.
Desaparecemos constantemente. Ya no soy la misma persona que hizo aquella promesa hace diez años. He cambiado. Mi entorno sumó y restó personajes; el guionista me impulsó… y también me dio zancadillas. Mi mente cambió la compulsión por la reflexión, y escribir se volvió más difícil: dejé de buscar llenar páginas en blanco y empecé a preocuparme por conectar en un nivel más profundo. Descubrí que tú y yo somos iguales: complejos.
Ahora vivo —y escribo— el momento. Dejé de pensar que todo lo que hacía debía formar parte de un legado, y me ubiqué en el presente. Era demasiado agotador vivir en el futuro, imaginando escenarios. Comprendí que me había privado de escribir —y de tantas otras cosas— por creer que, si no dejaba una huella profunda, no valía la pena. Pero no importa qué tan profundas sean mis huellas: solo yo las caminaré. Pensar otra cosa es, simplemente, el ego hablando.
Hoy es el día perfecto. Porque eso de que yo escribo mejor de noche, los jueves, a principio de mes, en primavera… son solo pretextos para no hacer las cosas. Mi solución fue volver a la vieja escuela: libreta y lápiz en mano, siempre. Dejé de confiar en el móvil para guardar mis ideas. Así, en cuanto surge una, la escribo. Luego la dejo crecer. Cualquier momento es perfecto para darle voz a los pensamientos.
Ya no me queda tanto tiempo. Estoy casi seguro de que ya he vivido más de la mitad de mi vida, y la última década se sintió como un suspiro. Por eso, no me doy permiso de esperar más. La escritura —y todos los planes pendientes— se retoman hoy.
Si has llegado hasta aquí, sabrás que todo lo anterior es mi forma más sincera de pedirte una disculpa por la demora en publicar nuevos textos. Te agradezco el tiempo que me has prestado y te invito a seguir este viaje —ahora sin pausas para café, con el corazón en la mano— para que cada uno de nuestros encuentros tenga sentido.
Gracias por siempre estar.
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